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Crecí en un hogar disfuncional, mis padres no se llevaban bien, aun cuando vivían en la misma casa. Nuestra vida transcurría en un campo de batalla.
Le conté a mis padres lo que me había hecho y ellos no me creyeron y encima me pegaron, ahí sí tuve miedo porque sabía que no me podía defender y no tenía a nadie para defenderme.
Crecí en una casa donde mi madre fue golpeada, abusada, reprimida por mi padre. La vi sangrar,llorar, sufrir, perder su vida poco a poco. A lo mejor estaba viva, pero al mismo tiempo estaba muerta.
He asesorado a muchas familias que estaban en proceso de divorcio o eran divorciados unifamiliares y han experimentado de primera mano el dolor y el sufrimiento provocados por el divorcio.
Mi esposo y yo hemos desarrollado un serio conflicto sobre cómo manejar a su hijo de 19 años (mi hijastro). El hijo recientemente dejó la universidad y se mudó a casa, y ahora parece decidido a vivir su propia vida. No trabaja.
Esta aventura se inició un 20 de febrero de 2018 allá en mi querida Venezuela, las razones de salida, muchas, una de gran peso fue el ver a mi familia pasando hambre, aunque nuestra fe estaba firme en el Señor de igual manera la provisión no era suficiente para comer, lo poco que entraba se diluía en compromisos y el comer se hacía imposible, por tal razón fuimos vendiendo todos nuestros bienes hasta quedarnos con muy pocas cosas, hasta que vendimos nuestra casa y con ese dinero salí de Venezuela.
En el cuerpo todo tiende a bajar: los párpados, las mejillas, la papada, los glúteos, los senos y más. La textura y el color de tu cabello cambian y tus dientes y uñas se debilitan. Tu piel se seca un poco más y, sobre todo, te conviertes en una población de riesgo de cáncer de mama o de útero.
Cuidar de un ser querido con una enfermedad terminal es abrumador. Ser testigo constante de los estragos de la enfermedad sabiendo que eres impotente para detenerla es una gran carga. Queremos y necesitamos hacer algo para ayudarlos, pero no sabemos por dónde empezar. Nos negamos a creer que no hay nada que pueda salvarlos y buscamos milagros solo para encontrar que no hay ninguno.
Otra experiencia común de la infancia es el abandono emocional por parte de uno de los padres. Cuando los padres son críticos, despectivos, invasivos o están preocupados hasta el punto de comunicarle al niño: "Tú no importas" o "Tus sentimientos no son importantes", esto hace que el niño se sienta no querido, no aceptado y malinterpretado.