Esta aventura se inició un 20 de febrero de 2018 allá en mi querida Venezuela, las razones de salida, muchas, una de gran peso fue el ver a mi familia pasando hambre, aunque nuestra fe estaba firme en el Señor de igual manera la provisión no era suficiente para comer, lo poco que entraba se diluía en compromisos y el comer se hacía imposible, por tal razón fuimos vendiendo todos nuestros bienes hasta quedarnos con muy pocas cosas, hasta que vendimos nuestra casa y con ese dinero salí de Venezuela.

Ese día salí de Caracas desde el terminal de buses hasta la frontera, de verdad fue bastante cruel ese día porque en la sala de espera estaban pasando la película infantil Bolt, justo en la canción “No hay hogar como tu hogar”, suena tonto pero me impactó tanto que aún lo recuerdo, el último abrazo a mi esposa, con la esperanza que en tres meses nos volveríamos a ver, cosa que no pasó, fueron más meses los que pasaron hasta volvernos a abrazar.

Al llegar a Colombia nos tocó hacer el trámite en aduanas para poder realizar la compra del boleto del siguiente bus hasta Ecuador, recuerdo como ese viaje entre sollozos y esperanza transcurría, cuando a mitad de la noche el bus sufrió un desperfecto mecánico y nos quedamos varados en el páramo, empezando un poco mal este viaje en tierras ajenas. Fue duro el primer baño que me di, en un sitio al aire libre con una temperatura ambiente de unos 6 grados centígrados, con un agua que debió estar más fría aún, por lo menos 4 grados.

Al llegar a la frontera con Ecuador, unas hermosas personas nos dieron alimentos y bebidas calientes, mientras soportamos ese frío húmedo que estábamos pasando mientras hacíamos la fila para sellar el pasaporte. Otro país, otra cultura, ahora sin teléfono, mi teléfono dejó de funcionar, no sabía si reír o llorar, en esos casos es donde una nota más lo útil de la fe, para no desmayar.

Llego a Perú después de un par de días, prácticamente incomunicado, en la intermitencia de esa situación pude contactar a un amigo de la Universidad, quien es empresario en Lima, donde puse la esperanza que me ayudaría, por ser una persona con mucho dinero, pero bueno, no fue así, también me encontré con un querido hermano de la iglesia donde asistía en Venezuela, mi querida Dios Admirable de Charallave, si, soy evangélico, un gusto. Me encuentro con este hermano quien curiosamente me había dejado un computador en reparación y cuando lo contacté para notificarle que lo tenía listo se había ido al Perú, ¿Qué cosas no? Le entrego el computador después de cruzar varias fronteras, bueno, este hermano me pagó lo que le cobré, me dio mucho más dinero adicional en efectivo y varias bolsas con comida, la cual por supuesto compartí con mis compañeros del bus. Dios mandó un ángel con lentes ese día, gracias mi amado hermano Enrique Aparicio, eternamente agradecido por sus muestras de amor. Ese día una señora que viajaba con dos niños se quedó sin comida y prácticamente sin dinero, esa ayuda que este hermano nos dio los sació. Gracias.

Salimos nuevamente rumbo a la frontera con Chile, la frontera final, como dice una serie de ciencia ficción que me gusta mucho. Ya a estas alturas los que quedamos de la salida original de Venezuela éramos como una familia improvisada, allí había de todo tipo de gente, cuerdos, locos, borrachos, homosexuales, un evangélico (yo) etc, en fin, todo tipo de gente, pero eso no fue impedimento para que fuésemos solidarios entre todos. Pensaba en esto cuando me preguntaron si podía escribir este relato, la cantidad de locos que iban en ese bus no era normal, pero nunca faltó la solidaridad, nos cuidábamos como si fuéramos una verdadera familia, nos unía el viaje por así decir.

Llegamos a Chile un día en la mañana, tenía los nervios como nunca al llegar a la ventanilla de inmigración, tembloroso entrego mi pasaporte y la persona me vio, vio el pasaporte y me dijo “Bienvenido a Chile”, todo ese rollo mental de que tenía que mostrar que llevaba cierta cantidad de dinero como mínimo para mi sustento, que me preguntarían hasta el tipo de sangre de la presidente de turno, nada, se resumió en un simple “Bienvenido a Chile”. Sé que Dios hizo lo suyo, me imagino, diría, este pobre negrito ha pasado trabajo y penurias y aún sigue firme allí, démosle descanso.

Camino a Santiago en la madrugada nos detienen en un punto de control, nos bajan a todos y nos hacen bajar todo el equipaje, pasan todas las maletas y la mía fue revisada en varias oportunidades, me llaman la atención, llegan una serie de guardias de seguridad y se enfilaron para que abriera mi maleta y mostrara que era ese bloque blanco que se veía dentro mediante los rayos X, lo que se me vino a la mente fue el programa Alerta Aeropuerto… “positivo alcaloide de cocaína” o algo así, me metieron algo en la maleta y hasta aquí llegó mi viaje, “the end” de esta película. Cuando abro mi maleta ese bloque era mi Biblia Thompson de estudio, un verdadero ladrillo de papel, el personal de guardia relajó su armamento y quien dirigía con rubor en su cara me dijo: “de verdad disculpe caballero por el procedimiento, que tenga un maravilloso viaje”.

Llegamos a Chile un día en la mañana, tenía los nervios como nunca al llegar a la ventanilla de inmigración, tembloroso entrego mi pasaporte y la persona me vio, vio el pasaporte y me dijo “Bienvenido a Chile”

Pasado el susto seguimos a Santiago, hasta que por fin vimos la ciudad cada vez más luces y autos, el corazón se me saldría por la boca, después de 9 días de pasar luchas, con poco dormir, con solo tres duchas en ese tiempo, una de ellas en temperaturas muy bajas, llegamos al terminal donde me recogerían. Debido a no tener teléfono porque se había dañado en el camino alcancé por medio del teléfono de uno de los compañeros de viaje dar un informe del terminal y andén donde estaba. Me sentí como esos niños que van a buscar al colegio y eran los últimos, se había ido todo el mundo y quedé solito a la espera de mis amigos que me recogerían. Los pobres llegaron mucho tiempo después porque resulta que esa zona era una especie de ciudad de paradas de buses, así lo veía yo, hasta que por fin dieron conmigo.

Agradezco a cada familia que me ayudó y los Gonzalez Allones, la familia Tartaglione y muy especialmente a mi familia de la Segunda Iglesia Bautista de Santiago, fueron un sostén en ese tiempo que estuve solo hasta reencontrarme con mi familia un año después…. Si un año después, no fueron tres meses como soñamos. Tuve que trabajar en lo que podía para sustentarme abrigando la esperanza de tener a mi familia conmigo, mi amada esposa, mi hermosa hija y mi cariñoso hijo.

Reflexión de esta aventura, sé que a mucha gente no le gusta la palabra sacrificio, porque implica eso, sacrificio, pero por mi familia lo haría nuevamente y con una sonrisa en el rostro, los amo. Viví muchas aventuras, vi cosas maravillosas en el camino, caí en cuenta que la mano de Dios nunca me soltó, a pesar de ello no quería que mi familia pasara por eso, cuando me los traje vinieron cómodos en avión, un viaje más relajado y seguro hasta volvernos a ver.

Por acá en Santiago de Chile la familia Aray Cabrices está a la orden para servirles, esta es parte de nuestra historia. Dios sea con ustedes en todo momento, por muy feo que se vea el panorama, Él es DIOS.




Este artículo fue escrito por: Alexis Aray

Autor de la foto: Sergio Silva