No Más Miradas Sucias
La pornografía controló mi vida por 10 años. Me sentía impotente y no podía deshacerme de la vergüenza.
**"No debería estar mirando esto. Esto está muy mal".
Cuando tenía 13 años, estaba recogiendo bayas en una granja y este muchacho estaba entusiasmado con las fotos que había visto en línea. Siendo curioso, esa noche utilicé mi antigua conexión por línea telefónica y busqué en Google "sexo". Lo que encontré fue mucho más explícito que los anuncios de lencería que había visto en el Catálogo de Sears de mi madre. Esos avisos habían despertado algo dentro de mí, pero estas imágenes produjeron una súbita emoción y euforia: mi corazón latía con fuerza y me sentía más excitado que nunca. Pero mientras tanto, esta culpa palpable hundía sus colmillos en mi nuca como una araña.
Pero me hice inmune a la picadura de la araña.
Caí hondo en la adicción y justifiqué mi comportamiento, mintiéndome como un experto. Estaba totalmente esclavizado: sin alegría, viviendo en una niebla de vergüenza, solo me sentía bien conmigo mismo cuando me resistí por unos días. Estaba harto de hacer cosas que realmente no quería hacer, cansado de la persona que veía que me había convertido: "¿Es esto todo lo que mi vida va a ser para siempre?"
La intimidad que la pornografía prometía demostraba ser una ilusión. Los píxeles en una pantalla no podían darme la aceptación y la confianza que estaba buscando. Quería la solución sin las consecuencias: el placer sin sentirme vacío y avergonzado después.
Quería la solución sin las consecuencias: el placer sin sentirme vacío y avergonzado después.
En el 2009, viajaba con un grupo de amigos. Alguien se unió a nuestro grupo el viernes y el domingo fue atropellado por un automóvil y asesinado. Después de que ayudé a identificar su cuerpo sin vida, fui golpeado hasta el núcleo y me encontré enfrentando mi adicción con una nueva determinación: "¿Estoy perdiendo mi vida siendo adicto a esto? Necesito matar este hábito sin importar lo que cueste".
Entonces comencé a dar grandes pasos hacia la libertad. Querer que desapareciera no fue suficiente para que sucediera. Las buenas intenciones no iban a cambiar nada si no tomaba medidas. Así que acepté mi problema y dejé que mi orgullo muriera. Y eso significaba no más secretos. Tenía que buscar ayuda.
Sintiéndome más vulnerable que nunca, me encontré con un amigo de confianza y le conté sobre mi lucha. Le di permiso para hacerme preguntas difíciles en cualquier momento, lo cual hizo en las semanas y meses venideros para hacerme responsable y consiente de mi problema. Aprender a decirme a mí mismo y a los demás la fea verdad fue un gran punto de inflexión para mí.
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