Hace año y medio mi esposo y yo decidimos mudarnos a otro país, tuvimos la ayuda de muchas personas durante todo el proceso, literalmente mis amigas y familiares nos ayudaron hacer cada espacio de nuestras maletas por lo apresurado que habían sido los últimos días antes del viaje.

Al llegar tuve un tiempo para adaptarme, aceptar todo el cambio y lo que incluía: otra cultura junto al hecho de no tener una comunidad como la que tenía en mi país, aún así la situación no quitaba de mi corazón la esperanza de encontrar en el camino esas cosas que tanto extrañaba.

No fue hasta después de un año que pudimos mudarnos a un departamento más espacioso cuando noté que había cierta nostalgia en mí. Más que la nostalgia sentía una tristeza inmensa, no entendía el porqué de ese sentimiento si mi esposo y yo deseábamos tanto obtener ese lugar. Fue al abrir mi maleta que este sentimiento me invadió, ya que recordé la última vez que había armado la misma en compañía de personas que anhelaba ver, el lugar, las risas, la despedida e incluso el tener que escoger cuáles recuerdos de toda una vida llevar en un espacio tan pequeño. Note que el haber estado acompañada en ese momento ayudó a disipar toda duda, miedo o tristeza. Disipó varias lágrimas y la idea de que no estaría con esas personas por un largo tiempo, ahora simplemente necesitaba ese momento junto a ellos de nuevo para tener más fuerzas.

Durante todo ese proceso de adaptación y aceptación estuve con sentimientos reprimidos, días dónde lloraba y no quería hablar con nadie sin saber el porqué, otros días quería hablar con todas las personas que extrañaba durante horas; la queja era parte de mi día a día y la comparación invadía mi mente una y otra vez. Tenía mucha incertidumbre por no saber cuándo volvería a ver a mi familia y amigos, tenía pérdida de sueño y pensamientos negativos hacia familiares pensando que algo podría sucederles y no podría acompañarlos. No había canalizado mi dolor y duelo por tantos cambios, eso causaba desinterés hacia mi trabajo y personas a mi alrededor.

No es fácil vivir un proceso migratorio, donde día a día recuerdas y extrañas olores, lugares, personas, cosas que son tan sencillas y cotidianas, aunque tienes consciencia de las muchas formas de mantenerte comunicado y presente en la distancia, en realidad no hay nada como un abrazo, el tiempo de calidad, como una comida o un lugar frecuentado. Aun cuando estos pensamientos vienen a mi mente y me causan incertidumbre, miedo o tristeza trato de no permitir que duren mucho tiempo en mí, hago cosas creativas que me alegren y distraigan mi mente; pienso en las cosas hermosas que ha traído este cambio en mi vida, así me enfoco en lo que me hace sentir bien y no me ahogo en este tipo de pensamientos porque entiendo que no son sanos emocionalmente. Mi esposo ha sido mi gran compañero de batallas en estos cambios que hemos atravesado, su amor, paciencia, tolerancia, su visión positiva hacia cada situación y persona me han enseñado y me hacen sentir segura.

Hay maletas que simplemente no puedes dejar vacías y olvidadas porque están en tu corazón y mente. A pesar de que esos recuerdos me llenan de nostalgia y están presentes, tengo la esperanza de estar cada día más agradecida por ellos. Estás personas siguen apoyándome, son amorosas y me dan fuerza en circunstancias difíciles e incluso celebran mis alegrías sin importar la distancia, y aunque el anhelo de estar junto a ellos me invade en constantes ocasiones hoy puedo reconocer estos sentimientos y hablar abiertamente, de esta forma no guardo tristeza en mi corazón, tengo apoyo, una perspectiva distinta y obtengo una actitud buena en el lugar donde hoy me encuentro. Esta puede ser tu situación también, así que te invito a que puedas comunicarte con alguien de nuestro equipo.